Quizá fue uno de los
peores días de mi vida, de esos que desde que despiertas sientes que no vale la
pena haberlo hecho.
Fue un día muy caluroso y frío a la
vez.
Apenas abrí los ojos
sabía que mi estómago se había transformado en el de un dinosaurio. Quería
comer todo lo que veía alrededor y sabía que eso no era nada bueno para mi
silueta. Igual transcurrían las horas y cociné el puré de patata que tanto te
gusta y había quedado en comerlo con Bob. Un viejo amigo que está en mis
mejores momentos y me consuela en aquellos que no puedo ni conmigo misma.
Hace algunos días nos
vimos y prometí invitarle su plato favorito, por cosas del destino no pudimos
vernos y eso me hizo extrañarlo. Los años y la compañía pueden hacerte
acostumbrar hasta a lo más prohibido. Pero bueno pasa en cualquier
circunstancia.
Llegué a comerlo sola y
lo disfruté de maravilla así que no me quejo porque suelo hacer el verídico, al
menos para mí.
La verdad es que nunca
deje de comer desde que desperté, vinieron algunas galletas, abundante leche y
té verde que me encanta. Luego el cereal infaltable, algunos dulces, avena,
etc.. Jamás comí tan descosidamente pero algún día me tocaría. Llegó la tarde y
quise salir un poco a pasear a Memé mi perrita Golden que amo y es mi vida.
Anduve por el parque que
queda cerca de mi casa jugando con ella hasta que llegó mi momento de reflexión
y no soporte la carga de todo el día, me eché a llorar. Nadie miraba, nadie
estaba alrededor de cada paso que daba pero aun asi lograron aparecer dos
amigas, madre e hija. Cansadas de alguna caminata de las que provenían,
inmediatamente se dieron cuenta de mi cara afligida y conversamos un momento,
sentí que me liberé un 10% de todo lo que sentía; un peso enorme de impotencia
y ansiedad, no poder hacer nada al respecto en cualquier tema que se pueda
presentar.
Sé que aún no llego al borde de la crisis, ni la
locura podría conmigo pero de todas formas me dejo llevar por que cada
pensamiento que pueda tornarse tiene un fin y ese fin debe justificarse con una
acción.
Regresé a casa, mi madre
llamó para hacer compras para la semana “más comida” no way!
Comí grasas, porque eso
pedía mi cuerpo, así después me haya arrepentido durante hora y media pero ya
probablemente debe estar siendo procesada tranquila y felizmente para ser
eliminada y alegre, como lo fui al devorarla.
Cogí mis trapos y llegué
a mi cuarto, que es donde escribo mi descargo, andaba por las primeras líneas
cuando de pronto recibo una llamada, era él. Era Bob, saludando y haciéndome
sentir mejor, sacándome una sonrisa con sus ocurrencias y cada detalle al
hablar, que siempre supo alegrarme, incluso desde mucho antes cuando existía el
Messenger y conversábamos por webcam a altas horas de la madrugada con insomnio
y con mucho cariño presente. Esos son los bellos recuerdos de él, mi amigo Bob.
Cortando casi media hora
de una charla larga y tendida me di cuenta que ya mi llanto había cesado, ya ni
ganas me daban de seguir derramando sal en mis mejillas.
Mi todo había cambiado y
le agradecí.
Tome un respiro mojando
un poco mi rostro y volví a sonreír.